Buenos Aires, ciudad tomada, que permite recrear la idea brillante de Alfonsin de trasladar la Capital

Por Jorge Asis

Tío Plinio querido,

El traslado de la capital fue, acaso, el proyecto movilizador más cautivante, sensatamente revolucionario, que se presentó, en aquellos años desperdiciados, del presidente Alfonsín.

Aunque se tratara, en el fondo, del lícito pretexto para algún gran discurso. Aquel que nos incitaba a ir, como en cruzada, tío Plinio querido, y en formidable epopeya, hacia el sur, el viento y el mar.

En realidad, pese a la tentación de la caricatura, se trataba de algo más consistente que de una mera mudanza de Buenos Aires a Viedma.

Representaba una transformación radical. Un replanteo en materia de descentralización, y un intento de desarrollo estratégico, que planteaba una especie de revisionismo territorial.

Y cuando se lanzó el envoltorio de la idea, casi veinte años atrás, a mediados de abril de 1986, el presidente Alfonsín mantenía, aún, una cierta vocación de futuro.

Se ufanaba, en la salsa de su propia retórica, con genéricas vaguedades que aludían, por ejemplo, a nuestra potencia ética.

Y gestionaba, algo a la bartola, sobre la transitoria fortaleza del Plan Austral. Conglomerados que le permitían mantener, con crispada firmeza, las riendas ambiciosas de la hegemonía política.

Incluso, Alfonsín se permitía, tío Plinio querido, y para la tribuna, el lujo de apostar por la vulnerabilidad de su literatura y colonizar el peronismo.

Tratábase de un peronismo que se amontonaba, entonces, detrás de la emotividad conmovedora de Saúl Ubaldini.

Un peronismo que se obstinaba en renovarse a partir del aprendizaje de los modales culturales del colonizador.

Entonces Alfonsín, con una osadía impenitente, hasta se atrevía a encarar con su música, aunque apoyándose en letras de los intelectuales programados del Grupo Esmeralda.

Por ejemplo se obstinaba en melodías menos enaltecedoras. Como la superación implícita en la construcción del espacio que albergara aquel Tercer Movimiento Histórico. Un Movimiento, obviamente alfonsinista, que planificaba dejar, allá lejos, donde se juntan las anecdóticas paralelas, los antecedentes menores del radicalismo y del peronismo.

Trate, por favor, tío Plinio querido, amparado en la frivolidad que permite la distancia, de no reírse.

Sin embargo, en cuanto se hartaron los acosados tenientes coroneles, el globo espeso del alfonsinismo hegemónico comenzó a desinflarse.

Cuando recurrieron, con sus rostros de inofensivos feroces, a los corchos píos de Semana Santa. Entonces comenzó a explicitarse el inicio deplorable de la declinación.

El poder de Alfonsín se descascaraba. Aquella retórica producía, en adelante, polvo de yeso. Mientras tanto, el Plan Austral languidecía, y se perfilaba, con patética crueldad, el post alfonsinismo.

Y después de setiembre de 1987, con el triunfo del peronismo casi colonizado de Cafiero, en la provincia de Buenos Aires, hasta algunos radicales se atrevían en tratar, al envolvente caudillo, como un Gordito Felón.

Cualquier otario se atrevía a impugnar la jactancia deprimida de la Coordinadora, y aquel Tercer Movimiento Histórico quedaba paralizado, apenas, en el cajón del olvido.

Y su principal proyecto, el Traslado de la Capital, pasaba a convertirse en un simple motivo de broma, para los guionistas menos inspirados. O de severa descalificación global, que contenía razonamientos hilarantes: "Que Alfonsín se vaya a Viedma y lo deje a Cafiero gobernar desde Buenos Aires".

Una lástima, tío Plinio querido, que por las mezquindades tradicionales de la política contemporánea, aquel indispensable proyecto estratégico, como el traslado de la capital a Viedma, pasara a convertirse en otro ejemplo pintoresco, de la sucesión de tantas obras truncas.

Comparable, de manera grotesca, con la Ciudad Deportiva que impulsara, en su ensoñación boquense, Alberto J. Armando. O con la atendible Aeroisla del Ingeniero Alsogaray.

Ocurre que cuesta, tío Plinio querido, en el sectarismo fragmentado de la Argentina política, aceptar, por ejemplo, que la idea de un virtual adversario, pueda no ser directamente descalificable.

Sea Alfonsín, Menem o De la Rúa, en cuanto dejaron el gobierno, resulta aconsejable rechazarlos en bloque.

Como probablemente haremos, en dos años, con Kirchner.

En definitiva, por los derechos humanos más elementalmente básicos de los porteños, se impone, tío Plinio querido, trasladar la capital administrativa de la ciudad sitiada.

Ante la virtual ocupación de su capital, los argentinos deben disponer de un recursivo Vichy.

Porque un gobierno, en el fondo, reside, ante todo, donde adopta sus decisiones. Y los ámbitos gestionarios, de administración y ejecución, debieran disponer de una mayor serenidad. Que por ejemplo admita, con ciertos fundamentos, la irrupción, sin presiones movilizadoras, del raciocinio.

A propósito, Alfonsín también solía decir que no se podía gobernar con el barullo permanente de los bombos debajo de las ventanas.

Menos aún se puede gobernar, cuando la más simple circulación, para los gobernados, se convierte en la angustiosa utopía de la ciudad infernalmente tomada.

Aunque ya no sea en la distante Viedma, tío Plinio querido, Buenos Aires se ganó el derecho a independizarse. Tiene sus consolidados encantos como para prescindir de los rigores bulliciosamente obturantes de una administración metropolitana. Que incita incluso, a sus detractores a hablar, aún, del "macrocefalismo porteño".


Macrocefalismo de las paciencias.

Los porteños ya merecen ampliamente recuperar los bastiones fundamentales de su ciudad. Como si Buenos Aires fuera Amsterdam, Estambul, incluso Río de Janeiro.

Y la Argentina, en fin, debería tener que asegurarse la eficacia burocratizada. Y disponer de una especie de La Haya. O lo que significa hoy Ankara, lo que es Brasilia. Y hasta lo que fue Bonn.

Y a no más de doscientos kilómetros, tal vez trescientos.

Sobran idóneos urbanistas que podrían diseñar el proyecto transformador. La edificación de una nueva capital. Podrían lucirse, los urbanistas, con la construcción de palacios para el Legislativo y el Judicial. Y con una conjunción de edificios inteligentes, para los distintos ministerios. De paso, podrá ponerse en práctica un keynesianismo sanitario. Y en Buenos Aires, de nuevo, se podrá, al menos, respirar.

Aunque, en realidad, tío Plinio querido, semejante impulso movilizador contiene el riesgo de evocar, con cierta nostalgia, aquellas invocaciones, extraordinariamente envolventes, de Alfonsín.

Dígale a tía Edelma que llegaron bien las Flores de Bach.

FUENTE: Publicado en la Jorge Asis Digital, el viernes 19 de agosto de 2005 a las 16:31

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