El traslado de la Capital: la historia vuelve a repetirse.



Evidentemente el tema no es nada nuevo, pues desde 1880 a estas partes los argentinos hemos disentido permanentemente sobre la ubicación que debiera tener en Capital Federal. Mas allá de los intereses personal o ideológicos, puede decirse que nos ha motivado el sentimiento nacional siempre en busca de aspirar lo mejor para nuestra patria. “Todo gobierno es imposible con la capital de la Nación ubicada en Buenos Aires” expresó Juan Bautista Alberdi (a quien debemos nuestra Constitución). “Es imposible que la capital del país exista en otra parte que no sea Buenos Aires” sentenció Bernardino Rivadavia (nuestro primer Presidente).


Desde aquellas exposiciones a nuestros días, larga a sido la centuria transitada y otros los destinos y los rumbos asumidos por nuestro País, a punto tal que nuevamente los argentinos tendremos que sentarnos a la mesa de las grandes opiniones, aunque esta vez averiguar simplemente hacia donde nos quieren llevar la Capital Federal, porqué lugares –de los mas adecuados- estamos seguro que no nos faltan.


OPINIONES Y PROYECTOS.



El hecho de la convivencia para todos, sin disculpar la conformidad de la generalidad ha logrado las más variadas opiniones y los intentos, mas los proyectos no han sido pocos. Quizá la obra del cordobés Leopoldo Velasco (Cuestión Capital de la República Argentina, 1942) profetizo la circunstancia de que en este momento nos ocupemos del tema, pues “tarde o temprano el asunto ha de volver al tapete de la discusión, podemos decir que la cuestión Capital de la República Argentina es una cuestión capital”.


Alcides Greca en su obra “Una nueva Capital para la Nación Argentina” (1950), centró su mirada en el embalse del Río Tercero de la ciudad de Córdoba fundamentando con claridad el tema de las conveniencias, como lo hicieron Ezequiel Martínez Estrada e Ignacio Carranza Ferran, cuando proponían como capital a Bahía Blanca y San José de la Esquina, esta ultima en la provincia de Santa Fe.


Sobradas razones, seguramente, le asistieron al ex diputado Ataulfo Pérez Aznar para pretender una capital en Mar del Plata, allá por 1965. O cuando en 1965 Carlos Musso sostuvo que el Valle de Calamuchita (Córdoba) era el lugar ideal.


El ex ministro de Obras Publicas, Pedro Gordillo pensaba en 1972 en la ciudad de San Miguel de Tucumán mientras que Emanuel Solanet ex Secretario del Instituto de Planificación Económica Nacional, pensaba en Caleu-Caleu en el sur de la provincia de la Pampa. Alfredo Luís Silbeira, pensó en el nombre Argéntica situando la capital en las inmediaciones del triángulo Pico- Trenque Lauquen-Santa Rosa y así un sin fin de opiniones como serios y fundamentados trabajos han hecho que los argentinos situemos nuestra Capital Federal en donde mejor le convenga a nuestra imaginación.



DE VUELTA A LA REALIDAD.



A mediados de junio el Poder Ejecutivo Nacional remitió al Congreso de la Nación un proyecto de ley en el cual se prevé el traslado de la Capital Federal a las márgenes del curso interior del Río Negro en la actual jurisdicción de las provincias de Río Negro y Buenos Aires.


Este plan estructurado en diez artículos y nueve carillas de fundamentación, encierra en sí profunda y seria trascendencia, que ha despertado ya no pocas polémicas, como que tampoco ha escapado a la movilización y al estudio de todas las fuerzas políticas –con justa causa- preocupadas por el tema en cuestión.


Sabemos que no se trata de un simple proyecto de ley – que puede o no ser viable en su aplicación- si no que se está poniendo en juego el destino de futuras generaciones que constituirán la patria del mañana, los mismos que en un tiempo no lejano han de cifrar sus esperanzas en esta suerte de “ tierra prometida” que según se expresa, logrará dar soluciones a un sin fin de ansiedades que está viviendo el pueblo argentino.


Esta nueva encrucijada, no es más que un rompecabezas, que se nos impone jugar aunque tengamos que apostar con donaciones territoriales, ley de divorcios, reformas constitucionales, recetas mágicas anti-inflacionarias y como si esto fuera poco, un cambio de Capital Federal, proyecto grande para no desentonar.


Antes que nada, no debemos soslayar el hecho de que estamos en un periodo de afianzamiento dentro del marco institucional, situación que ha costado muchísimo para el restablecimiento de la vida democrática.


Aun estamos convalecientes de las heridas profundas ocasionadas por la guerra interna y externa que hemos soportado, amen de las deudas contraídas, de las que se dice que no podremos saldar.


Si a ello le agregamos la deuda permanente que se mantiene con el pueblo, la misma silenciosa de la que nada se dice y que se la siente en demasía, esa deuda interna, esta muy lejos de ser superada y a la que no precisamente se podrá abonar con “medidas históricas”, ni con promesas optimistas, porque está exigiendo inmediatas soluciones. Ya el pueblo ha comprendido que con la democracia, ni se come, ni se educa, ni se cura, sin que antes se haya dado cumplimiento a las promesas que faciliten la realidad para el reencuentro común.


FUNDAMENTOS DEL PROYECTO.


El Poder Ejecutivo en su proyecto enviado al Congreso ha entendido que el traslado de la Capital compromete el destino de varias generaciones y no se equivoca. Había también de un fortalecimiento del federalismo –que no encontramos acertado- toda vez que con medidas de esta naturaleza, mas que fortalecer a la idea del federalismo, se están causando sensibles heridas a quienes se consideren con mejores o iguales derechos para ser merecedores de un supuesto beneficio.



Si ésta decisión es solo comparable a una tarea titánica, será para el pensamiento de los que elaboran el proyecto. Nosotros somos mas humildes para tratar el contenido de este fundamento que deja mucho que desear.



¿Estamos integrando el federalismo con tendencias hacia el oeste? ¿Y el sector este, y sur ? ¿ Y que decir del Norte Argentino que aspira también a erigirse en la tierra prometida, a la espera de alguna solución a sus tan angustiantes problemas de todo tipo?



Pareciera que la larga lucha entre unitarios y federales, no ha cambiado en su esencia, pero si en su color político. Eso sí, con distintos colores y diferentes nombres; aunque lamentablemente, con el mismo fondo que no es otro que el interés individual sobre el colectivo.



Sin duda nuestro país ha crecido en forma desproporcionada y a este mal lo venimos observando desde antigua data.



Por una parte, se ha producido una concentración poblacional exagerada de un sector del país (centro), la desolación y la ausencia poblacional por el otro (sur) y como contrapeso el subdesarrollo económico y el analfabetismo como factores disgregantes sobre una pobre producción (norte) conforman la estructura integral de la Argentina.



¿Esto se arregla trasladando la Capital hacia el sur? ¿Cuál es la meta? ¿Poblar nuestros espacios vacíos o desarrollarnos integralmente como Nación?. Hemos conseguido en estos años una administración vetusta y obsoleta, carente de eficiencias e idoneidad, malos y caros servicios públicos, marginalidad y subocupación, analfabetismo creciente, escasez de viviendas, magros salarios y un sin fin de desaciertos a los que tendríamos que abocarnos de inmediato.



Los males de la Argentina se han venido arrastrando desde hace tiempo y quizá el polvo de su camino no nos ha permitido ver mas allá de nuestras propias narices. Lo cierto es que habrá que tratarlos con la seriedad que el tema se merece, lejos de las utopías de las tareas titánicas.
La idea presidencial –personal e inconsulta- de promover el traslado de la Capital al sur, ha despertado una expectativa inusual en las conciencias argentinas. El apresuramiento de la legislatura rionegrina en donar sus tierras para la materialización del proyecto, el encarecimiento súbito de la tierras en el área afectada y las constantes declaraciones de bonanzas que se escuchan de parte de los funcionarios sureños, nos están alertando de antemano sobre la idea de que la suerte ya esta echada, sobre todo los que hicieron el negocio que conocían con antelación. Todo este apresuramiento desordenado y ávido de celeridad que cuenta con un solapado y evidente dirigismo, nos obliga a pensar que tendrá un resultado de disidencias y desencuentros porque además el pueblo quiere hacer valer su participación entendiendo de que las ideas expuestas deben ser superadas.




BAY BAY AMÉRICA


Un destino de frío viento y mar por la costa del este, es lo que se nos está imponiendo. Es decir constituirnos en la Capital más austral del mundo, como si se tratase de ganar la carrera hacia la Antártica. De aprobarse este proyecto de ley muy lejos quedara el sueño de la integración latinoamericana, de los mercados comunes regulados por nuestra realidad y del afianzamiento cultural, por lo que venimos bregando desde hace siglos.



Esa actitud sentará el principio disociánte de la unidad latinoamericana porque se rechaza el acercamiento con el pretexto de salir en busca de una oveja perdida con el riesgo de perder el rebaño.



Es preciso entender que el destino de un continente no se logra por el crecimiento individual de uno solo de sus cuerpos en forma aislada. Por el contrario ello promueve la desintegración y el aislamiento.



La función y el entendimiento promueven un nexo integrador y sólido que nos hace capaces de asumir las afrentas permanentes que surgen de las grandes potencias que no dejan de mirarnos con ojos canibalezcos.



Nosotros (porque en definitiva a todos nos compete la cuestión) como somos originales preferimos la teoría del contrario sensu. Con el traslado de la Capital al sur nos aislaremos de todo futuro posible que haga a la fusión con nuestro hermanos de latino América. Las distancias así lo determinan y nuestra postura en materia de relacionen internacionales también.


PONER LAS COSAS EN SU LUGAR



Trasladar la Capital Federal a Viedma es una idea y como tal la respetamos, pero la pregunta surge clara ¿como se hace y con que? Si estamos convencidos que no podemos pagar la deuda interna que mantenemos con nuestro propio pueblo, si ha fracasado el plan anti inflacionario, si no podemos contraer nuevas deudas con la banca extranjera porque no podremos pagar ni siquiera los intereses, si vivimos en una situación de permanente incertidumbre, no resulta razonable ensayar un traslado de Capital cuando se es consciente que las condiciones no son las mas propicias. Proponemos el traslado:



1. De los principales entes autárquicos nacionales a los lugares en donde estén constituidos las fuentes de recursos que representan.
2. De los principales centros bancarios nacionales a distintas provincias o al lugar que se pretenden como Capital de la Nación.
3. Los mas importantes centros científicos y culturales que puedan funcionar en cualquier parte de país.
4. Los centros de poder militar deben situarse en las áreas mas desprotegidas de nuestras fronteras.
5. Las redes aeronáuticas y ferroviarias descentralizarse de Buenos Aires, tratando de integrarse con mayor frecuencia, con los distintos puntos del país.
6. Las industrias deben producirse y administrar en los centros en que se encuentran las materias primas.
7. El mercado ganadero, cerealero y frutícola desarrollarse en áreas equidistantes dentro de todo el ámbito territorial.-

¿O es necesario que todos los rubros reseñados deban provenir indefectiblemente de la Capital Federal? Si repartimos la burocracia –con todos sus males o desprovistas de ellas –en las provincias carentes de población- conjuntamente con el paquete de empresas y entes estatales que representan, habremos descongestionado la macrocefálica cabeza porteña, dándole al cuerpo argentino mejor proporcionalidad y rendimiento seguro.



Insistir con el traslado capitalino será enfrentar nuevamente a los argentinos que lejos de las buenas intenciones del partido que gobierna, acarreará tras si una batalla campal en el plano de lo jurídico-institucional, pero esa… es otra historia.




NOTA: Publicado en el diario El Liberal, 19 de octubre de 1986.


http://www.brevettarodriguez.com/traslado.html


Argentina: Hacia un nuevo ordenamiento territorial

Descentralizacion del Poder Politico y de las Actividades Terciarias (1986)

IV Mensaje Presidencial: 1º de Mayo de 1986


Mensaje del Dr. Raúl Alfonsín a la Honorable Asamblea Legislativa

TRASLADO DE LA CAPITAL FEDERAL

Honorable Congreso:

Nuestro empeño en disolver las dicotomías pasadas, como requisito para fundar una democracia estable, nos lleva también a tomar por las astas una de las situaciones que más han influido para crearlas. Me refiero a las históricas tensiones entre la ciudad de Buenos Aires y el interior del país, derivadas de la macrocefalia y el hegemonismo del gran puerto.

Hemos tomado por ello la iniciativa de promover el traslado de la Capital Federal a la zona de Viedma y Carmen de Patagones, en una resolución orientada en parte a resolver aquel viejo desequilibrio histórico entre las provincias y la urbe porteña, y en parte a cumplir la tarea tan largamente demorada de ocupar humana y económicamente nuestros vastos espacios meridionales.

Con este traslado se aspira a que el país emprenda por fin su gran marcha pendiente hacia el Sur, en una epopeya de desarrollo y creatividad que evoque por sus proyecciones la cumplida por nuestros abuelos en la pampa húmeda. También aquí se puede decir que todo esto es inoportuno que no se puede soñar con epopeyas transformadoras del país cuando están pendientes de solución los dramáticos problemas cotidianos del sueldo que no alcanza o de las excesivas tasas de interés.

Pero la historia no ofrece ejemplos de soluciones estables para los problemas inmediatos que no estén insertas en un gran proyecto unificador de voluntades. Los pueblos sólo avanzan impulsados por una conciencia común de desafío. Y en este sentido es hoy más que oportuno responder a las urgencias inmediatas y a las grandes penurias que padece el pueblo argentino con un llamado a reformular globalmente nuestra vida comunitaria.

El eventual traslado de la Capital Federal no tendría sentido como una medida aislada; en ese caso sería expresión de un mero voluntarismo que no tendría mayores efectos en la estructura organizativa y productiva del país. Ese traslado debe verse como parte de un programa integral dirigido a producir un desarrollo equilibrado y equitativo de las distintas regiones del país, propendiendo a una materialización genuina del federalismo y de la descentralización del poder político, económico y social.

Es evidente que ese desarrollo armonioso de todo el país requiere revertir la nociva tendencia histórica hacia el crecimiento gigantesco de la zona que rodea al puerto de Buenos Aires, a costa de la despoblación y el empobrecimiento del resto del territorio nacional. El crecimiento de la actual Capital generó una desmesurada megalópolis que fue gradualmente invadiendo, paralizando o distorsionando las fuerzas del país; ha significado en los hechos una deformación del sistema político nacional y del núcleo de creencias y conceptos fundamentales que dieron origen a nuestra Nación.

La reversión de esa tendencia debe tomar en cuenta los derechos, las necesidades y las aspiraciones de cada una de las provincias argentinas. Pero cada una de ellas se beneficia con el progreso de las demás, y hay una región del país que ofrece enormes posibilidades de multiplicación de los esfuerzos que en ella se inviertan: ella es la Patagonia.

El avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío permitirá explotar sus inmensas riquezas en beneficio del conjunto del país. Nos hará tomar mayor conciencia de que debemos ser un pueblo oceánico, de cara al Atlántico, tanto en el marco productivo, como en el energético y el de la investigación científica.

El traslado de la Capital al sur del país se inscribe, entonces, dentro de un plan general de desarrollo patagónico que debe incluir también las obras de infraestructura necesarias, el asentamiento de pobladores en distintas áreas, la explotación de las riquezas mineras, la integración vial, la construcción de puertos, la instalación de industrias y el aprovechamiento de las posibilidades turísticas que brinda la región.

Los gastos que implique este traslado constituyen en verdad una inversión reproductiva, cuyos beneficios se harán sentir en todos los planos de la vida nacional, comenzando por el económico.

En relación con la financiación del proyecto cabe consignar que sólo requerirá la existencia de un capital rotativo, recuperable en función de la modalidad operativa que se aplicará.

En tal sentido se ha previsto en el proyecto que toda el área del Distrito Federal estará sujeta a expropiación, e indudablemente tal previsión deberá ser llevada a cabo inexorablemente, ya que no cumplimentar este requisito significará promover la especulación en perjuicio de toda la comunidad.

De los conceptos que anteceden se deduce que sancionada la ley de traslado de la Capital, deberá ser expropiada inmediatamente la tierra destinada al ejido urbano así como áreas puntuales asignadas a otros usos.

Es necesario, además, puntualizar cuáles son los roles que corresponden al Estado en la concreción del proyecto de relocalización y cuáles son los que deberá asumir el sector privado.

El Estado tendrá obligatoriamente a su cargo las obras correspondientes a la infraestructura de servicio de la ciudad, los edificios de los organismos que se trasladen, viviendas para funcionarios y equipamiento educacional y sanitario; a su vez el sector privado asumirá la realización de todas las obras correspondientes a sus actividades: comercios, finanzas, oficinas, estudios profesionales, esparcimiento y cultura, abastecimiento, industria de servicios, espectáculos públicos, exposiciones, núcleos habitacionales y hotelería. Cabe recordar que, además, todas las naciones tendrán las sedes de sus representaciones en la nueva capital, lo que implicará la inversión correspondiente por parte de cada una de ellas.

La intervención del sector privado implica la adjudicación de tierras para materializar sus proyectos que se efectivizará a través de un sistema de venta por parte del Estado, que incluirá la plusvalía generada por la inversión estatal, de modo tal que retorne a la comunidad la inversión que la misma ha realizado a través de las obras construidas por el sector público.


El traslado significará, además, la posibilidad de desprenderse de muchos inmuebles ubicados en distintos sectores de la actual capital, que hoy están ocupados por personal que se radicará en la nueva sede, lo que ofrece una posibilidad de recupero que contribuirá a la financiación necesaria.

En todo esto está presente el enorme efecto multiplicador que genera la construcción, lo que reactivará en forma significativa múltiples industrias que participarán en la materialización de la nueva capital, sin necesidad de importación alguna.

Pero el beneficio mayor que esperamos es el provecho espiritual de ofrecer nuevas fronteras mentales a los argentinos. Pensamos sobre todo en los más jóvenes y en la posibilidad de presentarles nuevas alternativas de vida, frente a la rutina mediocre y al consumismo insatisfecho que muchas veces se les presenta como el único destino posible. Queremos despertar en ellos el espíritu pionero, el espíritu de aventura, para que muchachas y muchachos vayan a explorar nuevas tierras y conquistar pacíficamente espacios, para fundar familias y criar hijos en un ámbito en que el horizonte lo trace la propia voluntad.

Pero hay aún otras consecuencias.

Hemos heredado un aparato estatal sobreburocratizado, con vastas áreas de personal en las que la asunción corporativa de sus propios intereses tendía a prevalecer sobre la funcionalidad de su papel como servidores públicos.

Con un volumen en continuado aumento, como producto en parte del clientelismo político y en parte del desarrollo alcanzado también en este sector por mecanismos de autodefensa corporativa que impedían racionalizar su labor, la administración pública cobró dimensiones que desbordaban su propia función, restando eficacia al Estado y determinando un progresivo desplazamiento de fuerza laboral a sectores no productivos con grave perjuicio para la economía global del país.

Hemos emprendido en este terreno una acción orientada a revertir aquel proceso de burocratización, en términos compatibles con la justicia social y con una línea de principio que descarta el desempleo como una solución económica moralmente aceptable.


Con el congelamiento de vacantes logramos inicialmente estabilizar el volumen del personal adscrito al Estado, poniendo término a su histórica tendencia al crecimiento, y a partir de septiembre de 1985 este esfuerzo comenzó finalmente a traducirse en una efectiva y progresiva reducción del sector público. Entre el mes señalado y marzo último, las bajas han superado las altas en un total de aproximadamente 15 mil agentes.

La decisión del traslado de la Capital no es una iniciativa auto-contenida, sino que forma parte de un proyecto más amplio de reforma del Estado y es una manifestación de la voluntad de transformación y modernización de la Argentina.

El cambio de la sede geográfica del principal centro de decisiones del país tiene evidentes consecuencias espaciales, tanto en lo referente a la relocalización de las actividades de los actores políticos, sociales y económicos, como en la inevitable evolución de sus interrelaciones. Dos rasgos adicionales deben subrayarse, todavía: primero, que este traslado no es un cambio evolutivo, incremental, sino una deliberada y decisiva discontinuidad histórica, que cambia bruscamente la fisonomía del país al remover la localización de su nudo decisorio fundamental. Por último, que esta discontinuidad en lo espacial, en sentido amplio, se producirá seguramente, cualquiera sea la forma en que se efectúe la mudanza.

Menos evidente, pero tal vez más importante todavía, es que el traslado también puede ser la ocasión que haga posible lograr un salto cualitativo en las pautas de funcionamiento del Estado y en los niveles de rendimiento y compromiso de su administración. Muy particularmente en lo que hace al desempeño del gobierno, entendiendo como tal al ámbito de definición de políticas y de gestión estratégica. Sucede que éste no es un resultado que deba obtenerse necesariamente a partir de la realización del traslado, sino que puede ser obtenido si, y solamente si, la decisión del traslado lo incorpora y jerarquiza como objetivo, y entonces, para lograrlo, éste se encara y realiza de manera que lo trasladado sea distinto que lo que queda, y no una muestra representativa de la administración actual.

De otro modo, resignándose a que cada traslado consista en un desplazamiento de un paquete de "los mismos" para "hacer lo mismo" en la nueva Capital, sólo se lograría como resultado una costosa reproducción, en Viedma, de los defectos y fallas de la administración que ya tenemos en donde estamos.

Por esto, solamente definiendo cómo se quiere que opere el nuevo Estado, su gobierno y su administración pública, para el conjunto de funciones que se decida trasladar a la nueva Capital, será posible diseñar un esquema administrativo adecuado para desempeñarlas, concentrando allí los mejores elementos e instrumentos para asegurar el éxito de la operación, aprovechando al máximo como oportunidad (y no como obstáculo a superar) el hecho de la discontinuidad espacial determinado por la mudanza, y tratando de extender la discontinuidad al ámbito de las malas prácticas y las viejas rutinas. Es decir, buscando que el traslado de una sede a la otra coincida, también, con el paso de una cultura administrativa mediocre, vetusta e impotente, la de la "elusión de la responsabilidad", a una nueva cultura administrativa tecnológicamente modernizada, pero modernizada también en materia de compromiso democrático, capacidad intelectual, solvencia profesional y espíritu de cuerpo.

Aclaremos de paso que los traslados a la nueva sede no serán compulsivos, de modo de no generan incertidumbre injustificada en el personal.

Polemica en Argentina por el proyecto de trasladar la Capital

EFE - Buenos Aires - 18/04/1986

La decisión del presidente Raúl Alfonsín de trasladar la capital argentina de Buenos Aires a Viedma, 800 kilómetros al sur, ha recibido ya en los medios políticos las primeras fervorosas adhesiones y las más acerbas críticas.El plan, anunciado por Alfonsín el pasado martes, tiene por objeto descentralizar y modernizar la Administración y reordenar el crecimiento demográfico, objetivos que permitirán la fundación de una "Segunda República".

Mientras políticos radicales alaban el proyecto, que contribuirá, dicen, al desarrollo de la relegada zona de la Patagonia, la oposición centra sus críticas en el coste del proyecto -3.000 millones de dólares inicialmente, unos 430.000 millones de pesetas- y en la supuesta "maniobra oficial para distraer a la opinión pública" en un momento de crisis con los sindicatos. Alfonsín calificó de "enanos" a quienes dan esta interpretación y anunció que el traslado será concretado "a corto plazo". Alfonsín visitó ayer Viedma, donde fue recibido jubilosamente por los miles de habitantes de la región, que ya se sienten capitalinos.

El cambio de capital ya es una decisión política y sólo falta la aprobación del Congreso argentino. Los argumentos centrales del Gobierno son que Buenos Aires se ha convertido en una metrópoli inmanejable y centralista, que otros países han practicado esta fórmula con éxito y que es necesario fortalecer una zona en la que se han desarrollado los dos conflictos internacionales de Argentina más importantes de este siglo: el del Beagle y el de las Malvinas.




NOTA: Publicado en el Diario El País de España








Discurso de Alfonsín pronunciado en Viedma

Texto completo del mensaje que el Dr. Raúl Alfonsín pronunció en Viedma el miércoles 16 de abril de 1986 desde los balcones del Ministerio de Hacienda de la Provincia de Río Negro y ante más de 10 mil personas:


La propuesta responde a un proyecto político

La sociedad argentina tiene conciencia de que solamente puede emerger de la crisis marchando hacia adelante.

Si el general José de San Martín no hubiera adoptado la decisión do marchar hacia adelante, ya en 1814, la guerra de la Independencia se hubiera perdido.

San Martín comprendió que el gran punto para la emancipación americana era el Perú y que allí se definiría la guerra, porque aquello que para nosotros era nuestro vacío, constituía el punto de concentración del enemigo. Había que llegar al área decisiva con imaginación, con coraje, con inteligencia y con una voluntad muy firme.

Para eso era necesario comenzar por escalar las más altas cumbres y presentar lucha en territorio chileno.

Los hombres de la Organización Nacional y sus precursores trataron de ir perfilando las fronteras definitivas del país con la sanción de una Constitución federal, con la Conquista del Desierto, con la apertura de la inmigración, con la libertad de comercio y con un clima de paz y libertades públicas, tanto políticas como religiosas. El objetivo era lograr el crecimiento sostenido. Esta continuidad tuvo grandes aciertos; pero también falencias. Y constituyó una consecuencia de estas últimas la macrocefalia, con una ciudad gigantesca y enormes zonas retrasadas o casi abandonadas durante muchos años.


Salir de la decadencia

Existe conciencia en todos los argentinos de que el modelo derivado de la Organización Nacional ya no puede cubrir los requerimientos a los que se enfrentará la Argentina del siglo veintiuno. Los argentinos sabemos que es necesario un cambio y que ese cambio no puede sino depender de nuestra propia voluntad nacional. La necesidad de cambio está a flor de piel en la reflexión política cotidiana de todos los ciudadanos.

La sociedad, en forma libre, voluntaria y plenamente consciente, debe sacudir cualquier resabio que pudiera existir de una tendencia a la rutina, al hedonismo, a la inercia y al miedo: debe salir del apoltronamiento, de todo lo que insinúe rasgos de decadencia, para luchar activamente por el país que merecemos.

Los gobernantes y el resto de los pobladores debemos tomar conciencia de que no se saldrá de la actual situación con nuevos paños tibios y que el país necesita vertebrarse virilmente, endurecerse, plantar su energía y su rostro a la intemperie del futuro, asentado firmemente sobre sus pies.

Los argentinos debemos ser pioneros, debemos marchar hacia nuevas metas con cantos de pioneros, enfrentando los esfuerzos necesarios, con la dignidad recuperada de los hombres libres, con la alegría de una libertad creadora.

Cuando, ante las dificultades, los países o las instituciones se ablandan, desaparecen o entran en el vértigo de la decadencia; cuando, ante las dificultades, los países deciden templarse, contestando a la necesidad con mayor esfuerzo, se convierten en naciones que superan cualquier tendencia a la medianía.


Pacifismo, no “pacimismo”

Ninguna gran nación de la tierra se hizo sin gente, sin pobladores, sin ciudadanos dispuestos a emprender grandes conquistas. Esas grandes conquistas pudieron, en los poderosos imperios, ser conquistas de la guerra. Nosotros aspiramos, irreversiblemente, a que sean conquistas de la paz.

Un gran filósofo argentino diferenciaba al pacifismo -al que consideraba como una noble virtud en defensa de la vida- de lo que llamaba el “pacimismo”, el ensimismamiento de una paz cerrada, autista, autocomplaciente, de nervios débiles, músculos blandos y corazón perezoso.

Vamos a realizar un esfuerzo del corazón y de la razón y, para ese esfuerzo, debemos convocarnos todos los argentinos. Si no estamos convencidos de lo que vamos a hacer, tengamos conciencia que la alternativa es entregarnos, pero no entregarnos a misteriosos poderes externos, sino, sobre todo, entregarnos a los fantasmas de una inacción tan nostálgica como desesperada, a la melancolía de la depresión.

Ningún imperio colonial hubiera podido mantener impunemente, contra la voluntad nacional, un enclave marítimo frente a una Patagonia sanamente desarrollada, con un Mar Argentino, que no puede ser argentino solamente en las intenciones o en los mapas, sino que debe serlo porque sus costas son argentinas, efectivamente argentinas, carnalmente argentinas.

Es indispensable crecer hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío, porque el Sur, el mar y el frío fueron casi las señales de la franja que abandonamos, los segmentos del perfil inconcluso que subsiste en la Argentina.


Argentina, sureña y oceánica

Sabemos de la importancia del Sur. Políticas erradas en sus procedimientos pensaron varias veces en afirmar el Sur a través de la guerra, pero los argentinos comprendemos perfectamente que si hubiéramos afirmado el Sur no habría sido necesaria guerra alguna y que, afirmando el Sur, hacemos posible consolidar una paz que todavía no es definitiva.

Tenemos mares fríos con puertos naturales sin hielo, en extensiones inmensas y con todo tipo de riquezas; pero hasta ahora nos hemos movido en torno de los ríos y casi exclusivamente en torno de los ríos.

La Argentina fluvial de Sarmiento fue un gran sueño para la interconexión nacional y regional, y ese sueño, que tenía un nervio tensor en el río Bermejo, fue recogido en su momento por Hipólito Yrigoyen. Pero ya no alcanza la idea de una Argentina fluvial sino que es necesario ir a la búsqueda de la Argentina oceánica. Y la Argentina oceánica empieza mucho más al Sur de esta vía fluvial madre, que es el río de la Plata; empieza girando la provincia de Buenos Aires, buscando antes del golfo de San Matías, un nuevo centro de gravedad en el río Negro y en una desembocadura que aferra a todo el litoral marítimo de la Patagonia, mirando hacia la Antártida y buscando una suerte de identidad geográfica renovada, pero muy específica de la Argentina, que es la identidad de la Argentina sureña, que es la posibilidad de aproximar el Polo al territorio tradicional del país.


Perspectivas emocionantes

Las grandes ciudades del mundo se han ubicado lejos del Polo Sur y la línea del río Negro constituye un punto de referencia que aparece como sumamente significativo con sólo ver cualquier mapa del planeta. Ninguna capital está situada más allá del paralelo que marca la desembocadura del río Negro. Es más: al sur de esa línea no existe tierra continental alguna. Bajo esa raya imaginaria ya ha terminado África, ya ha terminado Australia, con excepción de la isla de Tasmania, y ya ha terminado prácticamente la isla septentrional de Nueva Zelanda. Desde los 40 grados hasta los 90 grados atraviesa el planisferio una franja inmensa, casi virgen, dentro de la cual la Patagonia argentina tiene el privilegio de mirar hacia el centro, hacia los océanos Atlántico, Indico y Antártico. Pero ese Mar Argentino es, al mismo tiempo, un acceso al océano Pacífico, acceso ahora más lógico a través de los entendimientos logrados con la hermana República de Chile.

Sabemos de la importancia de las tierras frías, la República Argentina tiene el privilegio de desgranar en su territorio la totalidad de los climas: es un país que llega desde más allá del Trópico de Capricornio hasta el Polo Sur. Las ventajas comparativas de las provincias centrales y norteñas, de las andinas y mesopotámicas, así como las fuertes ventajas comparativas que nos ofreció y nos ofrece el río de la Plata, han sido aprovechadas en diferentes y muchas veces injustas medidas, pero aprovechadas al fin. Pero las ventajas comparativas de nuestras zonas frías no han sido aprovechadas casi en absoluto. Y en nuestras zonas frías existen perspectivas que deberían emocionarnos, no sólo por cuanto se ha hecho ya en lo que se refiere al desarrollo de la hidroelectricidad sino también por las posibilidades que presenta la Patagonia para el despliegue de las fuentes de energía no convencionales, sobre todo aquellas basadas en las mareas marítimas y en las fuerzas eólicas, sin contar con la viabilidad de los proyectos para la producción de agua pesada en la misma zona.


Clave del desarrollo

Todas las circunstancias hacían ver en la promoción de la Patagonia una clave ineludible del desarrollo argentino. Los grandes grupos de fuerzas hidráulicas aprovechables en la zona más templada de los Andes; la abundancia de materias primas que invitaban al establecimiento de grandes capas de población; la apertura del país a un inmenso océano con grandes costas naturales sin hielos; la fertilidad de una zona pesquera increíblemente pródiga, disputado hoy por todo el mundo; la existencia de enormes espacios aptos para la agricultura y la ganadería y, por supuesto, las grandes concentraciones de petróleo, a lo que se sumó, después de la construcción del complejo Chocón-Cerros Colorados, un notorio superávit hidroenergético. Todo ello invitaba a que esos enormes espacios vacíos de la Patagonia fueran ocupados.

En 1914, el geólogo Bailey Willis anticipó que las comunidades patagónicas desempeñarían un papel importante en las industrias argentinas y que en otras zonas no podrían emprenderse en condiciones igualmente favorables. Y, sin embargo, la Pata-gonia siguió quedando segregada del resto del país, paralizada en su propio círculo cerrado, con un crecimiento económico primario y enormes áreas despobladas. Pudo decirse con justicia que era inexplicable que ni siquiera su riqueza ovina haya sido la base para una prometedora industria textil-lanera; que ni siquiera su enorme riqueza petrolífera y gasífera esté todavía aprovechada o haya sido punto de partida de un crecimiento superior de la petroquímica; que ni siquiera su material de hierro haya servido de apoyatura suficiente a la siderurgia; que ni siquiera sus inmensos bosques hayan sido aprovechados convenientemente para la producción de papel u otros derivados de la celulosa, y que ni siquiera sus costas, depredadas impunemente o casi impunemente por buques extranjeros, hayan logrado que el país tenga el pescado bueno y barato que necesita para su equilibrio nutricional.


Ciudades a la medida del hombre

El avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío implicará también para el país nuevas e importantes perspectivas para la explotación turística. Sin duda, la creación de una adecuada infraestructura hotelera resultará de suma importancia, tanto para la previsible aceleración del movimiento turístico como también para la necesaria movilidad de científicos, hombres de negocios, técnicos y toda la importante gama de personas que temporariamente viajen en función de la puesta en marcha del proyecto. Sin duda, en la medida de lo prudente y necesario, se desarrollarán nuevas redes viales, con atención a su necesidad concreta y con sumo cuidado en la atención del gasto público. Esas redes viales se limitarán en un primer momento a lo que resulta indispensable, aunque se trazarán simultáneamente proyectos que permitan ir diseñando la visión futura.

El país se prepara para ingresar en el siglo XXI y los grandes espacios constituirán uno de los signos necesarios de un tiempo en que se hará consciente la lucha del hombre contra la contaminación ambiental, la falta de franjas verdes, la lejanía de los campos fértiles y la carencia de sol, datos propios de las grandes aglomeraciones humanas. En las últimas décadas, el hombre ha avanzado en forma vertical dentro de ciudades inmensas. Ha llegado el tiempo de un avance horizontal y de ciudades donde pueda vivirse a la medida del hombre. Los colmenares humanos de las grandes metrópolis fueron, sin duda, indispensables y seguirán siéndolo, parcialmente, en cuanto no pueden ser reemplazados a fuerza de voluntarismo.

Pero las nuevas dimensiones serán una señal muy precisa en la nueva y verdadera modernidad, en un estilo de modernización que implique también la sensación de caminos por recorrer y de posibilidades de recorrer caminos.

Esta nueva dimensión volverá a producir gente que conoce el color de los ojos de su prójimo y la manera de dar la mano. Gente que saluda a sus amigos durante las caminatas, que tiene una historia común con sus vecinos.


El uno por mil de argentinos

La empresa que se propone el Gobierno hace, así, sólo a las condiciones de la vida económico-social, sino que va en búsqueda de una mejor calidad de vida. Por supuesto, no es solamente a través de este proyecto que se producirá un vuelco en las condiciones humanas de una parte de los argentinos, por que el programa afectará inicialmente a unos pocos miles de personas, quizás a algo así como el uno por mil de la población total del país. Pero los múltiples aspectos indirectos pueden ser pródigos para la República, si sus habitantes asumen con fervor una idea que puede implicar cambios de significación en lo que correspondería también a la conquista de la felicidad para muchas personas.

Se ha anotado que los seres humanos solamente pueden cambiar una mínima parte de su propia realidad y de la realidad que los circunda. Nadie puede modificar el tiempo de su crecimiento, ni los datos esenciales de su constitución física, ni el lugar de origen, ni la cultura y la religión de pertenencia, en la que se inscribe su vida, ni sus atributos cotidianamente más importantes, ni el color de su piel, ni la historia de su familia, ni -muchas veces- su condición social. Los países también sufren una serie de determinaciones y de bienaventuranzas o de calamidades espaciales y temporales que no pueden modificar c que sólo pueden alterar parcialmente.

Sin embargo, el ser humano toma conciencia de sí mismo a través de una doble operación: reconocer y admitir la propia identidad; pero, a la vez, no interpretar la propia identidad como el peso tremendo de una naturaleza irreversible qué se cae encima, sino como la condición concreta en que se presenta la lucha por la existencia.


Tierra de bendición

Los países se encuentran frente a la misma situación: no pueden elegir su ubicación geográfica, pero pueden replantear su geografía a través de la política. No pueden elegir qué tipo de riquezas naturales tiene ni cuánto espacio, no dónde está ubicado ese espacio, pero pueden reconocerse a sí mismos en sus datos y pelear desde sus datos por un destino mejor.

La Argentina no debe ser desagradecida con respecto a su espacio. La misma ubicación geográfica, que en este período de la historia le es desfavorable, resultó favorable durante un siglo, alejó al país de las grandes guerras y la convirtió en el principal acreedor de grandes potencias. No se llegaba a la Argentina desde todos los lugares del mundo porque se la considerara un rincón desgraciado, sí no, más bien, porque se la apreciaba como una tierra de bendición.

Durante un siglo, o más de un siglo, la Argentina se movió con destreza en el concierto internacional y llegó así a ser uno de los principales países del mundo. Desde Europa se veían dos grandes naciones con futuro en América y la pregunta a principios de siglo era cuál de los dos sobresaldría más: la Argentina o los Estados Unidos de América.

No será llorando ahora por la actual condición desventajosa como se podrá modificar la situación. La Argentina viene siendo castigada por circunstancias negativas, pero, al mismo tiempo, sigue contando con enormes ventajas comparativas, que debe implementar a través de una correcta estrategia de crecimiento.


Una cultura nacional

Por lo pronto, existe una cultura nacional. Esta afirmación quizá provoque la sonrisa de quienes consideran que en el país hay una cierta hibrides cultural o que en algunos casos no se han alcanzado valores similares a los de grandes potencias. Pero, al decir que hay una cultura nacional, quisiera que se empezara por retener que hay una cultura, y no un choque de culturas que han generado serias heridas, aun en los grandes países. Esa cultura nacional presupone un pluralismo que, lógicamente, está muy lejos de ser perfecto y puede segregar aún focos de exclusivismo e intolerancia. Pero el país

ha vivido sin grandes conflictos racionales y religiosos: sin separatismos dolorosos, y, reconociéndose siempre a través de un idioma, que es válido aún para algunas culturas indígenas que, con todo su derecho, mantienen su identidad idiomática.

El país ha aceptado el proyecto nacional contenido en la Constitución, y aunque vivió gran parte de su tiempo fuera de ella, su filosofía no es discutida, sino por grupos marginales. El país es gran exportador de materias primas, perjudicado actualmente por el pavoroso deterioro de los términos del intercambio. No necesita importar petróleo ni gas, ni casi ningún tipo de minerales y constituye una de las naciones más adelantadas del mundo en el desarrollo de la energía nuclear.

Es cierto que la Argentina está pasando por un mal momento, que se prolonga demasiado tiempo para quienes se crispan por la necesidad imperativa de salir adelante.



Aquí nos encontramos con todas las cosas que podemos modificar, y aún con el sentido de nuestra geografía que, como geografía política profundamente determinante de hechos culturales, históricos y económicos, no tiene por qué ser acatada sin debate. Todo plan de crecimiento lleva siempre un debate sobre la geografía política, la división territorial de los Estados. Así fue en nuestro pasado, cuando la polémica sobre la capitalización de Buenos Aires constituyó el fermento de un proyecto nacional manifestado en todos los campos. Así fue en Italia, cuando los problemas de la unidad nacional, de la forma de gobierno y de la situación de Roma eran el marco de la discusión sobre el país que se buscaba; así es en España, donde se encontró un método para la expresión de las autonomías y la preservación simultánea de la unidad nacional; así fue en los Estados Unidos, donde se creó la ciudad capital dándole el nombre de uno de los padres fundadores y primer presidente de la Unión, pero donde esa creación implicó un traslado de la sede del poder real, ubicado entonces en la costa Este, hacia el centro como avanzada de gran desarrollo que luego tomaría la costa Oeste; así fue en China, donde se llevó la capital hacia el Norte, avanzando de Kaifeng a Pekín; así fue en Rusia, donde la elección de Moscú como capital en reemplazo de San Petersburgo, hoy Leningrado, fue también una definición de trascendente sentido político; así fue en Alemania Federal, donde se ubicó la capital en la pequeña y tranquila ciudad de Bonn, lejos de las grandes concentraciones humanas. Cuando el Brasil decidió incorporar a la vida real y concreta del país a su propio centro geográfico, generó la ciudad de Brasilia, con radiación hacia todas las fronteras.


Conquistar el sur, el mar, el frío

Y, sin embargo, no se trata para los argentinos de asimilar, ni mucho menos imitar, ningún modelo. La Argentina no puede desplegarse en el mapa a través de creaciones de ciudades imaginadas en estudios de laboratorio, por más benéfico que haya sido en otros países ese tipo de empresas.

El país puede, en cambio, ir elaborando su destino y su proyecto e ir incorporando dentro de esa reflexión las funciones que tienen sus actuales y existentes ciudades, para verificar si una nueva asignación de funciones no puede coadyuvar al diseño de una empresa nacional o constituir, inclusive, el punto sobre el cual deberá girar la empresa nacional que nos proponemos.

Este tema no es en absoluto independiente de la cuestión vinculada al problema patagónico y a lo que hemos llamado la conquista del Sur, del mar y del frío. La búsqueda de una política patagónica que exprese el crecimiento del país hacia el Sur no es totalmente inédita en la República: muchos ciudadanos seguramente recuerdan la existencia de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia y de Territorio Nacional de los Andes, finalmente incorporados a otras provincias por entenderse en su momento que así se servía mejor a los fines del desarrollo de la región. Está muy fresca también en la memoria colectiva la existencia de leyes especiales de tipo aduanero e impositivo, ya sea con la vigencia para la promoción del sur del paralelo 42, como con vigencia restringida a zonas más reducidas.

El país lanza ahora una política global con respecto a la Patagonia. Estamos convocando a los argentinos para ampliar juntos las fronteras reales de la Patria, y no vamos a ampliar esas fronteras a través de conquistas, ni solamente a través de reivindicaciones territoriales, porque cada país tiene, sobre todo, el espacio que utiliza. Si las savias que provienen de las fronteras reales de la República se secaran, las mismas grandes ciudades pobladas morirían y de hecho una de las lecturas de nuestras crisis es que se trata de la crisis de un país que no ha crecido, que no se ha extendido, que no ha realizado a nivel necesario la conquista de sus grandes espacios abiertos.

Un país como la Argentina, que a principios de siglo era ubicado en el mismo plano que los Estados Unidos en el continente, ha eternizado conflictos fronterizos, pero pareció carecer de verdadero orgullo por su espacio y no ha emprendido una marcha hacia el Sur, para unir a la República a través de franjas de soberanía. El país no supo qué hacer o pareció no saber qué hacer con sus desiertos del Sur y prefirió dejarlos semivacíos, sin que una política coherente los integrara al proyecto nacional.


La argentina que se usa

La superficie nominal de la Argentina es equivalente a más de diez veces la superficie de Gran Bretaña, a más de cuatro veces la superficie sumada de Gran Bretaña y Francia y es superior a la superficie total de veinte países europeos. Pero decir esto es enunciar una verdad simplemente aritmética, porque la superficie es, en cierto sentido, la superficie que se usa. Desde ahora, la Argentina reitera que no va a quitarle un metro de tierra a nadie y que, en cuanto a lo que es suyo, buscará las vías pacíficas de recuperación, que inexorablemente prevalecerán. Pero la Argentina también anuncia que conquistará su propio territorio y que no abandonará más tierras por no saber qué hacer con ellas.

La red fluvial formada por los ríos Negro, Neuquén, Limay y afluentes es la más importante entre las que se hallan totalmente bajo la soberanía argentina. Las obras del Chocón-Cerros Colorados no fueron realizadas por los argentinos para que las ovejas tuvieran electricidad, como irónicamente preguntó cierta vez un gobernante extranjero. Pero es verdad que, hasta ahora, la energía Chocón se dedica casi exclusivamente a Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. Sin embargo, la obra del Chocón-Cerros Colorados era la primera etapa de un amplio plan energético, que no ha podido avanzar de acuerdo a las necesidades del país. Es cierto que uno de los objetivos del emprendimiento fue suplir el déficit general de energía; pero es más cierto aún que el objetivo básico y fundamental de la obra debía ser la promoción de la Patagonia. Y para que el Chocón sirva efectivamente a la Patagonia es necesaria una política nacional para la Patagonia. Esa política debe incluir las obras de infraestructuras necesarias; el asentamiento de pobladores en el Sur; la explotación de las riquezas mineras; la integración vial, tendiendo los puentes que están faltando; la construcción de puertos y de puertos de aguas profundas; la radicación de industrias; el desarrollo de industrias electrointensivas (como el aluminio); la promoción de la petroquímica; la puesta en pie y el despliegue de todas las posibilidades turísticas que brinda la región.


No es improvisación

Existe una tendencia hacia la Patagonia y hacia la Patagonia litoral que se insinúa en medidas anteriores que deberán ser integradas. Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, el trazado de la ruta costera o ruta provincial Nº 11 constituye la punta de una política cuyo sentido es por una parte turístico; pero que, por otra, genera condiciones para que, siguiendo el curso de esa ruta hacia el Sur, se establezcan nuevas industrias. De tal manera, de la ruta costera hacia afuera hay un espacio para le recreación y el turismo y de la ruta costera hacia adentro hay un espacio para el desarrollo agroindustrial.

Nuestro Océano Atlántico es siempre el otro dato de este avance hacia el Sur, hacia el mar y hacia el frío. Interesa también analizar nuestro Océano Atlántico como un punto de convergencia con otros países, porque es un óptimo marco de colaboración, de estudios, de investigación, de comercio, de explotación pesquera, de búsqueda de energía. Es, también, otra llanura que nos falta conquistar. Un gran pensador señaló que las fronteras no son líneas de puntos, sino que las fronteras son hechos.

La nueva política con respecto al Sur incluirá una activación intensiva de la Universidad Nacional de la Patagonia, con un redimensionamiento racional de toda la política cultural, qué será necesario desarrollar en este país que se prepara definitivamente para ingresar en el siglo XXI.

La transformación que iniciamos, y que tiene como marco de referencia a la Patagonia, no responde de ninguna manera a una improvisación. Esta marcha hacia el Sur estaba implícita en nuestros programas y en nuestras promesas, en nuestros planes y en nuestras medidas de gobierno; pero, sobre todo, en nuestros sueños. Así, por ejemplo, el lanzamiento del llamado Plan Austral y, sobre todo, la denominación de la nueva moneda fueron ya indicadores de la concientización que se buscaba lograr.


Traslado de entes estatales

La península sureña que compartimos con Chile marca nuestra definitiva esencia austral. La recuperación de esa esencia austral en el reconocimiento de aquello que somos implicará cambios muy rotundos y la iniciación de un debate con respecto a nuestra misma geografía política. La generación del 80 trazó un proyecto que obtuvo resultados significativos, pero que llegó a su punto de agotamiento histórico. Esa generación del 80 presuponía que los términos del intercambio seguirían siendo indefinidamente favorables para la Argentina y que las vías ferroviarias que desembocan en el río de la Plata marcaban el modo exacto de la realidad. Ese proyecto funcionó durante mucho tiempo aceptablemente bien e, inclusive, implicó una lectura de la realidad internacional que entonces era realista. Pero hoy nos vemos enfrentados a nuevos desafíos y uno de esos desafíos es la conquista de espacios, en forma tal de lograr al mismo tiempo avanzar hacia el Sur y alcanzar una más efectiva descentralización de la República con sentido federal.

No emprenderíamos ese camino solamente para un mecánico traslado de gente y mucho menos para una mudanza burocrática. Pero es posible lograr una aceptable descentralización de la administración pública y el traslado de algunos entes estatales al interior del país.

La ciudad de Buenos Aires marca gran parte de la historia de los aciertos, de las dificultades, de los éxitos y de los errores de quienes fueron construyendo la nacionalidad. Juan de Garay fundó por segunda vez a la ciudad de Buenos Aires regresando la Asunción del Paraguay, caminando desde el Norte hacia el Sur.

Buenos Aires fue creciendo en importancia con la Independencia. El proyecto de Rivadavia de dividir en dos a la provincia -con capitales en San Nicolás y en Chascomús- no prosperó. La campaña al desierto de 1833 agregó tierras y seguridad a las estancias bonaerenses, que ya llegaban entonces hasta el río Colorado. De allí surgió una compleja historia hasta el momento en que se formalizó una realidad, al comprobarse en 1880 el hecho de que Buenos Aires es la capital de la República.

Se hacía necesario avanzar hacia el Sur; pero era incontrastable que la Revolución de Mayo se había hecho de Sur a Norte, quedando el resto casi como territorio postergado u olvidado. Durante toda la vida independiente el eje de los ríos Paraná-Río de la Plata constituyó una exploración de las descompensaciones que se fueron generando en nuestra geografía política y, por supuesto, en nuestra geografía económica.


Adalides de la reubicación

Tres elementos explican la macrocefalia: el puerto, la administración nacional y el área productiva. Sin embargo, casi desde el primer momento, fueron surgiendo ideas de trasladar la capital. El proyecto de reubicar la capital tuvo su primer adalid en un hombre tan unitario como Bernardino Rivadavia; Urquiza llevó consigo la capital a Paraná; Sarmiento osciló entre su tesis de Argirópolis, ubicando la sede en la isla Martín García, como zona neutral para buscar la integración entre la Argentina, el Uruguay y el Paraguay, y la ciudad de Rosario. El Congreso de la Independencia había funcionado en San Miguel del Tucumán, y no por casualidad, sino por el peso que tenía el Norte en esos momentos. El Congreso Constituyente sesionó en Santa Fe. Las sedes de la administración nacional podían cambiar, pero el gobierno retomaba siempre a Buenos Aires.

Luego surgieron distintas ideas, como la de ubicar la Capital en el ángulo común de las provincias de La Pampa, San Luís y Córdoba, utilizando la infraestructura básica de alguna ciudad ya establecida. En 1955, tomó fuerza la idea de llevar la Capital a Córdoba, que por razones políticas llegó a ser durante unos días sede del gobierno nacional, o a Santiago del Estero. La Convención Constituyente de 1957 se reuniría luego fuera de la Capital.

Si a la visión de la Argentina se aplica la misma lógica que utilizaron en su momento países como el Brasil o los Estados Unidos, marchando desde las zonas pobladas hacia las menos pobladas, la respuesta al problema de la ubicación de la Capital no puede sino ser encontrada en la Patagonia.


¿Por que Viedma?

Si la marcha debe ser hacia el Sur, hacia los desiertos o semidesiertos terrestres y oceánicos del Sur, pueden comenzar a enunciarse las principales ideas que giraron en torno de un traslado de la Capital. Esas ideas fueron fundamentalmente cuatro: buscar un punto entre la intersección de los ríos Limay, Neuquén y Negro, por su valor energético; llevar la administración a la ciudad de Choele Choel; extender las líneas hasta encontrar un punto en la misma Santa Cruz, combinando esa elección con la construcción de un puerto de aguas profundas en la zona, o buscar el camino a través de la desembocadura del río Negro en el Atlántico, en una zona poblada que permitiera, al mismo tiempo, el contacto con la pampa húmeda, la cercanía inmediata con el Sur de la provincia de Buenos Aires y la apertura oceánica, lo que daría por resultado inevitablemente la elección de Viedma, ciudad unida a Carmen de Patagones simplemente a través de un puente.

Viedma posee la ventaja inicial dé ofrecer una infraestructura urbana en la zona conveniente. De convertirse en capital de la República, se adoptaría el criterio de aquellos países que no eligen a la sede de su administración nacional entre las grandes ciudades, sino optan por un centro mediano. Quizás el ejemplo más parecido en este sentido es el que ofreció Alemania Federal al decidirse por Bonn. Pero, como en los casos de los Estados Unidos, de la Unión Soviética, de China y del Brasil, se resolvería con un criterio geográfico y político vinculado al proyecto nacional en marcha, privilegiándose, por una parte, la. Patagonia; pero por otra parte, a aquella punta norteña de la Patagonia que se enlaza físicamente con la pampa húmeda. La nueva capital sería una ciudad que, ubicada en la desembocadura de un río, que está a pocos kilómetros del océano, generaría, naturalmente, una doble franja, con una línea que apunta hacia el mar y el desarrollo turístico recreativo y deportivo, y una línea que apunta hacia adentro, hacia las zonas de explotación agroindustrial.


El remordimiento de la inacción política

Señores: La unidad nacional consiste en que cada uno trate a los demás como prójimos, como próximos, como muy cercanos, como a otros que son como nosotros.

La idea de unidad nacional está en el corazón mismo del razonamiento ético. Cualquiera que fuere la confesión religiosa, la escuela filosófica o la ideología política, la ética consiste siempre en renunciar a una parte de lo que cada uno quiere o necesita en función de lo que quiere o necesita el conjunto de la sociedad. Todo razonamiento ético se basa en el reconocimiento de los derechos propios de los demás.

La justicia no existe sino como búsqueda incesante de la justicia. Existen desigualdades insalvables derivadas del tiempo que toca a cada uno vivir, del espacio que toca a cada uno ocupar, de las condiciones naturales de la cultura y de las miles de limitaciones que encuentra la condición humana en su incansable intento por alcanzar la felicidad. Pero constituye una obligación ética insoslayable tratar de lograr una creciente situación de igualdad, tratar de generar una justicia siempre renovada.

Hasta ahora hemos formulado algunas consideraciones geográficas, históricas y políticas; pero debemos decir que la existencia de una enorme franja de país segregado, y muchas veces olvidado, constituye también un trastorno de la ética. Sería aceptar situaciones de injusticia no reparar el hecho de que la Patagonia, más extensa que muchos países importantes, vivió explotada en sus recursos sin obtener el reconocimiento lógico del sacrificio de sus ciudadanos.

No convocamos a un esfuerzo sin pensar en los destinatarios muy directos de ese esfuerzo, que son nuestros compatriotas sureños.

En nuestro mensaje del 10 de diciembre de 1983, dijimos: “Mediremos nuestros actos para no dañar a nuestros contemporáneos en nombre de un futuro lejano. Pero nos empeñaremos, al mismo tiempo, en la lucha por la conquista del futuro previsible, porque negarnos a luchar por mejorar a los hombres mismos, en términos previsibles, sería hundirnos en la ciénaga del conformismo. Y toda inacción en política, como dijo el actual Pontífice, sólo puede desarrollarse sobre el fondo de un gigantesco remordimiento. La acción, ya lo sabemos, no llevará a la perfección: la democracia es el único sistema que sabe de sus imperfecciones. Pero nosotros daremos de nuevo a la política, la dimensión humana que está en las raíces de nuestro pensamiento”.



FUENTE: Extraido del libro "La Nueva Capital" de Elva Roulet, publicado por la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y la Fundación Jorge Esteban Roulet en el año 1987.

Discurso de Alfonsín sobre la Segunda República

El siguiente es el texto del mensaje que acompañó al anteproyecto de ley enviado al Consejo para la Consolidación de la Democracia y que el doctor Alfonsín expuso el martes 15 de abril de 1986 al país por radio y televisión:

Señores consejeros: Tengo el honor de presentarles un anteproyecto de ley que traslada la Capital de la República a las márgenes del curso inferior del río Negro, en jurisdicción de las provincias de Río Negro y Buenos Aires. Como lo expongo más adelante, entiendo que hay razones de peso en favor del mismo, y, como es de tal trascendencia para el futuro del país, considero necesario contar con vuestro asesoramiento antes de adoptar la decisión definitiva de enviarlo al Honorable Congreso de la Nación.

Esa decisión debería completarse con la implementación del proyecto de creación de una nueva provincia que incluyera a la ciudad de Buenos Aires.

Asimismo, estas determinaciones deberían encuadrarse en el contexto de la transformación de las estructuras políticas y sociales que han inspirado la convocatoria a este Consejo y que significaría, de llevarse a cabo, la fundación de una nueva República, todo lo cual requeriría simultáneamente algunos estudios específicos a los que más adelante se hace referencia.





Decisión de alta responsabilidad

Esta es una decisión de alta responsabilidad, que plantea el tema que en el pasado suscitó tan diversos conflictos que perturbaron en su momento la todavía no consolidada organización nacional.

Si esta cuestión encendió antes controversias apasionadas y desencuentros históricos, no debería constituir ahora, sin embargó, una incorporación traumática al debate de los grandes temas nacionales. Debe tratarse, por el contrario, de un acto natural, maduro, en una sociedad que busca una solución profunda a lo que es ya un prolongado problema nacional una solución cuya necesidad se impone por sí misma con la fuerza de las convicciones arraigadas.

En pocas cuestiones como ésta, ha habido desde la decisión, de 1880 hasta la actualidad, tan clara conciencia de las serias y graves perturbaciones que la capitalización de Buenos Aires iba a traer al desarrollo general de la República. En pocos casos como éste, el transcurso del tiempo, lejos de ir atenuando las dificultades que se previeron en su momento, ha llevado a las mismas a extremos que culminaron con una deformación del conjunto nacional.

En ello han coincidido destacados hombres públicos, historiadores, sociólogos y observadores críticos de la realidad argentina.

Pero cada vez que han debido afrontarse las decisiones lógicas acordes con la gravedad del diagnóstico realizado, una extraña parálisis fue malogrando todas las iniciativas. Los argentinos parecieron aceptar resignadamente lo que podrán interpretar como una fatalidad histórica, un hecho ajeno a la voluntad humana que los hombres y mujeres de nuestro país no se atreverían a modificar.

No es así, sin embargo. Una decisión de esta naturaleza debe involucrar una conciencia profunda sobre los destinos del país. El carácter trascendente con que debe mensurarse es similar al de las decisiones que tomaron otros pueblos en condiciones más difíciles o más confusas.





Desmesurada megalópolis

El crecimiento de la Capital, hasta constituir una desmesurada megalópolis, que fue poco a poco invadiendo, paralizando o distorsionando las fuerzas de todo el país, ha significado, en los hechos una deformación del sistema político nacional y del núcleo de creencias y conceptos fundamentales que dieron origen a nuestra Nación. Tal como se predijo en su momento, el crecimiento metropolitano ha transformado el sistema político argentino, destruido las bases del federalismo y creado una vasta y compleja red de dificultosas relaciones políticas, económicas y sociales. Leandro N. Alem examinó el tema en el famoso debate de la Legislatura bonaerense. Lo ubicó en el mismo sitio trascendente de definición de un sistema político, que es necesario reactualizar por tratarse de una visión profética que coincide con el diagnóstico de la actual realidad argentina:

“En esta cuestión -señaló- y en la forma que se presentan se entrañan, por así decirlo, las dos tendencias que más han preocupado a nuestros hombres públicos y más han trabado nuestra organización política; la tendencia centralista, unitaria, y aun puedo decir aristocrática, y la tendencia democrática, descentralizadora y federal que se le oponía.

“Siempre que esta cuestión ha surgido, pretendiendo una solución como la presente, al momento, también han aparecido en la lucha aquellas dos tendencias y la razón es sencilla. Para el régimen centralista y unitario, dadas las condiciones de nuestro país y el estado de las otras provincias, la Capital en Buenos Aires es necesaria, es indispensable, tiene que ser uno de los resortes principales del sistema, y para la tendencia opuesta, para el principio democrático y régimen federal, en aquel que se desarrolla, la Capital en este centro poderoso, entraña gravísimos peligros y puede comprometer seriamente el porvenir de la República, constituida en esa forma y por ese sistema”.

La evolución del caso argentino no ha hecho más que confirmar aquellas predicciones. El resultado observado en otros países del mundo ratifica el diagnóstico. Las capitales que coinciden con metrópolis económicas y demográficas han producido, como consecuencia, sistemas altamente centralizados y de concepción política básicamente unitaria. En cambio, los sistemas que han pretendido consolidar el régimen federal y mantener un equilibrio razonable entre las distintas regiones del territorio, aun a partir de sus diferencias relativas, han preferido siempre capitales centrales, en general modestas, administrativas y alejadas de las grandes urbes dominantes.

La primera tendencia ha sido predominante en Europa; la federativa se ha experimentado en los países nuevos como Australia, Canadá y los Estados Unidos, cuyas respectivas capitales se distanciaron premeditadamente de las ciudades dominantes. En los últimos años, Brasil ha seguido el mismo camino.



Diferencias abrumadoras

El desarrollo de una región, que ha monopolizado prácticamente el crecimiento económico del país, produjo una deformación y acentuó diferencias de desarrollo relativo, que son hoy abrumadoras a poco que se comparen algunos datos de la realidad. El área metropolitana de Buenos Aires no solamente abarca el treinta y cinco por ciento de la población total del país, sino que consume el treinta y nueve por ciento del total de la energía facturada en la República, su personal ocupado en comercios y servicios representa el cuarenta y cinco por ciento del total y el personal ocupado en la industria manufacturera el cuarenta y ocho por ciento. Es evidente que la concentración de actividades económicas es aún mayor que la concentración poblacional.

En la Argentina el contenido centralizador de las decisiones políticas fue restringiendo, en forma cada vez más notoria, las facultades propias de las provincias, que no pudieron disponer de los medios para proveer por si mismas a su desarrollo. Por ello la reconstrucción del federalismo argentino no es una idea nostálgica, fundada en la premisa del volver al pasado. Por el contrario, se trata de incorporar a la administración del Estado las formas más modernas y eficientes que se expresan hoy como un fenómeno universal en todas aquellas naciones que evolucionan hacia sistemas más adecuados a su desarrollo económico y social acelerado y autosostenido. Este proceso se ha manifestado incluso en aquellos países fuertemente unitarios como Francia o Italia, o que salen de procesos políticos autoritarios como España. Es que en el mundo moderno la exigencia de la descentralización y el vigor de un régimen federal no constituyen solamente resguardo de las libertades públicas e individuales, sino que son también respuestas técnicas de carácter jurídico e institucional a las necesidades de un mundo cada vez más complejo y cambiante que requiere soluciones políticas inmediatas y eficaces.

La elección del área descripta en el artículo primero del Proyecto de Ley como Capital de la República Argentina se inscribe en este propósito de recrear el federalismo argentino, modernizando la administración y descentralizando las decisiones. Pero, además, resulta un elemento imprescindible para incorporar al futuro del país una región que forma parte de uno de los más grandes espacios vacíos existentes en el mundo. Se trata de una propuesta de transformación del país, de un cambio que permita armonizar la suma de desarrollos regionales que integren coherentemente y definitivamente a la Nación.



Una ciudad de 200 años

Viedma cumplió hace poco doscientos años de existencia y fue la primera capital de la Gobernación de la Patagonia, creada por ley de octubre de 1888, cuya jurisdicción terminaba al Sur de la Tierra del Fuego. Se incorporaba, así, esta región en forma definitiva, al patrimonio territorial de la Nación.

El área elegida para la radicación de la nueva Capital está asentada sobre las márgenes del río Negro, el río interior más caudaloso del país y en ella confluyen dos extensas regiones que configuran dos fisonomías contradictorias de la República.

Está en el límite de la pampa húmeda, que ha constituido desde hace siglos el sustento de la prosperidad nacional, y está al comienzo de las extensas planicies patagónicas, reservorio de las mayores disponibilidades energéticas del país y que siguen siendo una puerta abierta misteriosa y expectante, como una esperanza del destino nacional.

Pero el área asignada tiene también una ubicación estratégica especial. Emplazada cerca de la mitad del eje longitudinal del país y asomada al extenso litoral marítimo patagónico, fue fundada respondiendo a una decisión geopolítica de la Corona Española, a fines del siglo XVIII.

Hubieron de pasar dos siglos para que la reciente historia argentina hiciera resurgir las circunstancias del pasado y demostrara que los riesgos de un destino incumplido y un desarrollo postergado podrían ser letales para el interés nacional.

En los últimos conflictos internacionales la Patagonia se convirtió en el lugar estratégico más importante y demostró la extrema vulnerabilidad del territorio argentino.



Guerra de las Malvinas

En los momentos en que la Guerra de las Malvinas adquirió su máxima intensidad, los argentinos tomaron conciencia de las graves consecuencias que el subdesarrollo de una región tan extensa y expuesta podría tener para la integridad del país.

No se trata, naturalmente, de determinar el emplazamiento de una capital sobre la base de exclusivas consideraciones estratégicas de carácter militar, sino advertir en que medida el subdesarrollo, la falta de población, de medios de comunicación y de capacidad para defenderse siguen colocando, como hace doscientos años, a esta región como el sitio más frágil de la estructura geopolítica de la Argentina.

El control del Atlántico Sur constituye una fuente potencial de riesgo en la medida en que las vías de comunicación que han reemplazado al estrecho de Magallanes siguen constituyendo vías vulnerables en cualquier situación de conflicto aun limitado, como puede ser el canal de Suez o el de Panamá.

El vasto territorio que se extiende desde el litoral marítimo hasta los límites internacionales, desde Mendoza hasta el extremo Sur, pone en evidencia sus dificultades para cubrir las necesidades logísticas del emplazamiento militar en un conflicto. Es una frontera expuesta que no puede ser resuelta en términos exclusivamente militares.

Una política, pero fundamental para la seguridad, requiere la expansión y el crecimiento de esa región para eludir los riesgos inmanentes a un conflicto.



Nueva provincia

En el mismo sentido, he enviado al Congreso de la Nación un proyecto de ley tendiente a propiciar la creación de una provincia en el ámbito del Territorio Nacional de Tierra del Fuego.

Ese proyecto tiene el objeto de favorecer el crecimiento de esa región del país, para lo cual resulta necesario que los habitantes tengan la posibilidad de dictarse su propia Constitución, adquirir la autonomía que deriva de la provincialización de las tierras que ocupan y establecer su propio Gobierno de acuerdo con sus normas constitucionales.

Por otra parte, la ocupación de los espacios vacíos que conforman nuestras fronteras más australes resulta necesaria para generar focos de progreso que contribuyan a un desarrollo más armónico del país.

La expansión social, económica y cultural de esas zonas en buena medida depende del sacrificio de nuestros conciudadanos fueguinos, que, habiendo abandonado las comodidades que brindan las grandes ciudades, han ido a habitar aquellas zonas que parecen inhóspitas pero que prestan un futuro promisorio. Este paso puede constituir un atractivo para nuestra juventud al ofrecerles la posibilidad de contribuir a ese logro a través del ejercicio de su propia autonomía.



Comisión para la Patagonia

También en el día de hoy he dispuesto la constitución de una comisión dedicada a recopilar y compatibilizar proyectos de desarrollo de la región patagónica. La misma deberá proponer en breve plazo, de común acuerdo con las provincias patagónicas, los instrumentos y organismos que permitan impulsar un desarrollo equilibrado de cada una de las subregiones y de toda el área en general.

El desarrollo de la Patagonia no constituye una empresa imposible. Entre muchos argentinos existe la creencia de que, si se aplicaran criterios estrictos de eficiencia en la localización de las inversiones, las economías regionales tenderían a reducirse o a desaparecer, en tanto que crecerían las desigualdades en favor del conglomerado bonaerense del litoral argentino.

Esto no es así en absoluto con respecto a la región patagónica. Es probable que, por el contrario, las riquezas básicas derivadas en forma de materia prima hacia los centros consumidores del país estén contribuyendo encubiertamente a sostener el nivel de vida de las áreas más desarrolladas de la República.

Una impresión superficial y aparente de la región parte de supuestos equívocos cuando compara su austera fisonomía con las fértiles tierras de la Pampa húmeda, cuya calidad es, desde luego, incomparable.

Pero, así como en el pasado aquellas praderas fueron factor determinante de la expansión de las fronteras internas argentinas sobre la base de la exportación de productos agropecuarios, la Patagonia es hoy la reserva de energía más importante del país.

Además de los importantísimos recursos energéticos, la región patagónica cuenta con la mayor disponibilidad de tierras irregables en zonas templadas, capaces de producir crecimientos espectaculares en la producción de alimentos en cuanto se le incorporen los medios de infraestructura adecuada para posibilitar su desarrollo.

El litoral marítimo patagónico constituye, asimismo, una de las mayores reservas proteínicas del planeta y su zona andina es, además de un recurso turístico incomparable, una subregión de recursos hídricos, forestales y agropecuarios todavía prácticamente inexplotados.



Premisas del proyecto

La relocalización de la Capital Federal en el área individualizada en el proyecto tuvo, pues, en cuenta, múltiples aspectos: ubicación desde el punto de vista de la equidistancia respecto a las otras regiones del país, la existencia de redes de conexiones y comunicaciones, oferta del medio natural como inductor para localizaciones urbanas y como motivante para el desarrollo de actividades económicas, sociales y culturales; cercanía costera y de puertos naturales y existencia de infraestructura de servicios. El área en cuestión resume ventajas que responden positivamente a las distintas exigencias requeridas y demuestra poseer un alto grado de aptitud para localizar en ella la nueva Capital Federal.

En efecto, el territorio seleccionado reúne excelentes condiciones de equidistancia geográfica, posee instalaciones que permiten contar con un fluido tránsito ferroviario, vial, aéreo, fluvial y marítimo, calidad climática, abundante agua potable y de riego; la presencia de la costa marítima patagónica, la suave topografía muy favorable para el asentamiento humano, propio de una capital, la feracidad de las tierras, notablemente aptas para facilitar forestaciones urbanas y, en fin, la ubicación geográfica que permite una fluida relación Atlántico-Pacífico, a través de los pasos cordilleranos ya existentes en las provincias de Río Negro y del Neuquén y de equipamientos portuarios que Chile y la Argentina cuentan en esa latitud, todo lo cual posibilita vinculaciones internacionales que, sin duda, generarán un positivo impacto regional.



Buenos Aires, centro cultural

El traslado del poder político fuera de la ciudad de Buenos Aires no ha de privar a ésta de ser el centro neurálgico de la economía, de la cultura y de la política. Como lo demuestra el caso de Río de Janeiro, las razones que sostienen su crecimiento y su influencia se han de mantener sin dificultades y se han de acrecentar. Buenos Aires debe recuperar el carácter indiscutido de primer centro cultural de América latina, debe resolver los problemas que plantean la contaminación y el desorden ambiental para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Está destinada a robustecer el sistema federal con el singular peso de su riqueza y su prestigio, al convertirse en un distrito cuya relación con el poder central ha de ser determinante para el conjunto de las relaciones con los demás Estados.

El gobierno constitucional desde el mismo día que asumió sus funciones se propuso enfrentar con decisión los problemas que han roído las esperanzas y las perspectivas de progreso argentino. Lo ha hecho con la convicción de que cualesquiera que sean las dificultades derivadas de esta ciudad, nuestra generación, como las que lo hicieron en el pasado, debe abrir a las futuras rumbos más venturosos, contribuyendo a desatar los nudos gordianos que han impedido el desenvolvimiento de todas las potencialidades de la Nación. Si la convicción es que debemos resolver el problema del centralismo, no hay duda de que podremos hacerlo mediante la decisión política que procure las soluciones institucionales que correspondan.



Gran Buenos Aires

Como consecuencia del proyecto de traslado de la Capital Federal, deseo solicitar a este Consejo asesoramiento respecto a la conveniencia de crear una nueva provincia que comprenda la ciudad de Buenos Aires y partidos del Conurbano.

He hecho mención del crecimiento demográfico descontrolado del área metropolitana, a lo que debe sumarse un funcionamiento defectuoso de alto costo y bajo rendimiento, agravado por el surgimiento de situaciones que afectan a su población. Todo ello ha llegado a configurar un medio que afecta la calidad de vida de sus habitantes. Resulta claro que esa situación es consecuencia de la falta de control existente imprescindible para regular el equilibrio y el desarrollo de un área de la magnitud de ese conglomerado metropolitano.

Esto demuestra que a esta enorme concentración urbana es imposible organizar en lo que se refiere a su ordenamiento físico y ambiental, a través de un frondoso conjunto de normas de origen municipal, provincial y nacional, que, en lugar de actuar mancomunadamente, a veces lo hacen en forma competitiva, sin considerar las necesidades del conjunto y buscando a través de acciones separadas e inconexas el logro de soluciones para sus distritos. Cabe señalar que este resultado es consecuencia del sistema vigente, ya que cada autoridad tiene una jurisdicción definida, hecho que la obliga a responder por ella, perdiendo de vista el interés general y afectando a un conjunto, que, en la práctica, es un complejo urbano único y solidario físicamente, que se materializa y crece sin solución de continuidad.

Por último; y para completar el cuadro, se debe consignar la cantidad apreciable de organismos que atienden los problemas generados por las demandas de servicios e infraestructuras, que en la mayoría de los casos actúan separadamente, sin compatibilizar y coordinar sus proyectos y realizaciones.

Se podría seguir abundando en la descripción de las situaciones que se generan por la falta de criterios comprensivos de la problemática integral del área metropolitana bonaerense, pero lo que se considera conveniente es estudiar la posibilidad de contar con una jurisdicción única, que permita formular una programación planificada para poder ordenar y resolver orgánicamente el desarrollo de dicha área, permitiendo, por otra parte, un progreso más pujante y armónico de la provincia de Buenos Aires.



Comisión de expertos

Para proceder al estudio estrictamente técnico de las dos cuestiones mencionadas anteriormente, he dispuesto en el día de hoy crear una comisión de expertos que además de otras funciones, estará a disposición de ese Consejo para formular alternativas de viabilidad y proporcionar datos que permitan al Consejo para la Consolidación de la Democracia formular sus propios juicios valorativos.

Estas posibles decisiones no están pensadas como medidas aisladas sino que forman parte del proyecto transformador de las estructuras políticas, sociales, culturales y económicas del país, para cuya formulación he pedido la colaboración de este Consejo. En este contexto más amplio, estoy particularmente interesado en que el Consejo para la Consolidación de la Democracia asesore al Poder Ejecutivo, creando los equipos técnicos que sean necesarios, en el tema de la reforma del Estado. Esta reforma debería, según creo, estar presidida por los principios generales de descentralización, participación y eficacia en la gestión.

Reitero que es necesario, en primer lugar, revertir el proceso centrípeto de concentración de poder que se ha dado en las últimas décadas en nuestro país, de modo de fortalecer el poder de las provincias, la autonomía de los municipios, la capacidad de gestión de los entes autárquicos, la posibilidad de que se tomen decisiones en el lugar donde se prestan los servicios. En segundo término, ese proceso de descentralización no sólo tiene valor en sí mismo sino que facilita la participación directa de la población en la formación de las decisiones que la afectan, de modo que la democracia no sea un privilegio que se pone en práctica ocasionalmente sino un ejercicio de la vida cotidiana. En tercer lugar, la descentralización de la participación debe redundar en una mayor eficacia en la gestión, de tal forma que, entre la decisión y su ejecución no se establezca una enorme cadena de instancias que dilaten o diluyan tal ejecución.

Este último tema está relacionado directamente con un tópico respecto del que encarezco en especial al Consejo que sume su colaboración a la que prestan otros organismos del Estado, orientando el juicio del Poder Ejecutivo sobre la adopción de medidas que no admiten demoras.



La mística del servicio

Me refiero a la modernización de la administración pública. Esa modernización debe estar dirigida a que la burocracia estatal sea un instrumento apto de las decisiones políticas y esté al servicio de las necesidades y derechos de la población. Ello requiere insuflar a los funcionarios y empleados del Estado de una nueva mística: la mística de la dignidad que implica estar al servicio del pueblo. No hay dignidad sin libertad, y debe pro-penderse a que se dé autonomía a los funcionarios para que cada uno tome decisiones en su propia esfera de acción, sin que aquéllas se diluyan en un sistema de mutuos reenvíos. Pero no hay libertad sin responsabilidad, y el funcionario debe hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones que adopta. Ello requiere eliminar una serie de controles previos, que sólo sirven para encubrir con formalismos los posibles errores sustanciales que se cometan; debemos ir a un sistema de revisión ulterior de los actos y decisiones administrativas, con serias sanciones para el mal ejercicio de la libertad que se otorgue a los funcionarios. Debemos hacer participar a la población, y en especial a los usuarios de los servicios públicos, en el control de la administración. Debemos simplificar los trámites administrativos, eliminando pasos superfluos, reduciendo el expediente y reemplazándolo, en lo posible, por registros computarizados y por encuentros informales entre todos los funcionarios a los que contiene una decisión y los particulares interesados. Desde ya, que esto implica extender a toda la administración el uso de la informática para una más eficaz ejecución y control de la gestión.



Justicia: proceso oral

La reforma del Estado incluye también, como parte sustancial, el perfeccionamiento del orden jurídico y la modernización de la administración de justicia. Me ha complacido profundamente el dictamen y el proyecto de decreto que ya me ha enviado el Consejo sobre el problema de las deficiencias en la formulación de normas jurídicas -contradicciones, lagunas, imprecisiones, etc.-, que son generadoras de procesos judiciales evitables, redundando en el trabajo abrumador de los jueces y en una considerable inseguridad jurídica, que afecta las iniciativas individuales de la población. La reforma de la administración de justicia debería estar dirigida a hacer más eficaz, más ágil y más accesible a todos los sectores de la población, la trascendente tarea de dirimir judicialmente los conflictos sociales e individuales. Para ello, parece conveniente estudiar la posibilidad de establecer el proceso oral en el orden nacional, sobre todo en el ámbito penal, de modo de favorecer la publicidad, inmediación y rapidez de los procesos. Asimismo, se deberían completar los estudios sobre la reforma del Ministerio Público para constituirlo como un cuerpo unitario que controle en forma orgánica el ejercicio de las acciones judiciales.



Reforma constitucional

Es posible que alguno de los aspectos de la transformación profunda del Estado que los argentinos debemos encarar requieran de una reforma constitucional. Por eso, me he dirigido oportunamente a ese Consejo, solicitándole que recabe antecedentes y opiniones y exprese su propia posición con el fin de formarme un juicio sobre la conveniencia o no de presentar una iniciativa sobre el tema al Congreso de la Nación.

En esa ocasión, mencioné como temas fundamentales principalmente aquellos que están vinculados al perfeccionamiento de la parle orgánica de la Constitución, y, en especial, los que se refieren a la forma de hacer más ágil y eficaz el funcionamiento de los diversos poderes del Estado, a facilitar la participación de la población, a promover la descentralización institucional y a mejorar la gestión de la administración.



La segunda república

En el marco de estos últimos temas, estoy particularmente interesado en que el análisis de la posibilidad de una reforma constitucional comprenda la alternativa de combinar aspectos de nuestro tradicional régimen presidencialista con elementos de los sistemas parlamentarios. Una fórmula mixta, como la que rige en algunas democracias pluralistas y estables, permitiría, posiblemente, que el Congreso intervenga en forma directa y eficaz en la gestión y control de los asuntos de Estado, que los ministros tengan una relación más directa con el Parlamento, que se distinga entre la función del manejo cotidiano de 'a administración, de la fijación de las grandes políticas nacionales y que haya mecanismos institucionales más dúctiles para enfrentar cambios en las circunstancias sociales y políticas.

Las decisiones y medidas cuyo estudio preliminar encomiendo a este Consejo para la Consolidación de la Democracia implicarían, de adoptarse por los órganos ejecutivos, legislativos y constituyentes que correspondan, la fundación, en la práctica, de una Segunda República. La que fue fundada en el siglo pasado respondió a un modelo que debe ser superado y enfrentó dramáticos problemas políticos e institucionales que se agravaron en las últimas décadas. Estamos en una nueva etapa fundacional, que remueve los factores que han provocado el desencuentro y la frustración, y que dará frutos que serán aprovechados plenamente por los argentinos que hoy son todavía jóvenes. Se trata, entonces, no sólo de localizar una nueva Capital, crear una nueva provincia, reformar la administración pública, perfeccionar la administración de justicia o adoptar un nuevo sistema político, sino que se trata de crear condiciones para una nueva República que ofrezca nuevas fronteras mentales a los argentinos.





FUENTE: Extraido del libro "La Nueva Capital" de Elva Roulet, publicado por la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y la Fundación Jorge Esteban Roulet en el año 1987.